13 sept 2015

Lecciones y aventuras


El verano no podría haber acabado de una forma más inesperada, más especial.

Estos días, con nubes y lluvias acompañando al otro lado de la ventana, empiezo a sentir de verdad la llegada de septiembre. La vuelta a las rutinas y también los nuevos comienzos; la necesidad de poner orden y planificar lo que vendrá. Me siento a pensar en los dos proyectos que llevan tantos meses tomando forma y sonrío por dentro. Recuerdo esos tres días, haciendo realidad uno ellos, y siento que aún quedan muchas emociones por ordenar antes de poder ponerles palabras. Pero aún así lo intento, porque no quiero olvidar nada de lo que ahora mismo siento. A la vuelta de nuestros días en familia descubriendo Lisboa, encontré el momento que tanto había esperado para reunirme con Cristina, quién el azar ha puesto en mi camino y como ya os contaba días atrás, se ha convertido en mucho más que alguien con quien colaborar... 

Intento recordar cómo empezó todo ésto, pero siento que una serie de casualidades y algo de suerte nos han llevado a encontrarnos y encajar de forma natural. La semana pasada viajé, con tantas ganas como nervios, hasta un pequeño pueblo de la bella Garrotxa, cargada con las piezas de una "segunda colección" en la que he estado trabajando este verano. Allí me esperaba ella, con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Llegar a una casa por primera vez y que te reciban con una habitación recién preparada, con sábanas blancas y una manta a los pies de la cama. Que te preparen una infusión de tomillo recién cortado antes de acostarte y la acompañen de miel y limón porque tienes la garganta irritada después de un viaje y algo de frío. Que alguien se ofrezca a acompañarte en tus proyectos y se emocione con ellos hasta sentirlos propios. Que, por si fuera poco, te abra las puertas de su hogar y te haga sentir como en casa. Que dos personas a las que admiras, aunque ellas apenas te conozcan, se presten a colaborar contigo después de un mensaje enviado bien entrada la tarde y que al día siguiente, te abran las puertas de su casa y te esperen con una mesa llena de pastas y una sonrisa sincera. Eso son lecciones de vida, de generosidad y hospitalidad. Personas con luz, esas cosas que te llenan de una sensación de agradecimiento, y de estar en deuda, difícil de explicar.


Esos tres días estuvieron llenos de momentos de complicidad, de dudas y temores compartidos, de sonrisas y confesiones. De pruebas para elegir los estilismos de las fotografías, en el salón de una casa de campo, a las doce de la noche, para hacer la sesión justo al día siguiente. De conocernos un poco más entre desayunos acompañados con té, mermeladas y pan tostado. De casas rurales y comidas con familias tan generosas que bien merecen una historia aparte. De improvisar, perdernos con el coche y llegar hasta rincones inesperados que resultaron ser justo las localizaciones que habíamos imaginado. De dejarnos llevar, hablar sobre fotografía durante horas, darnos cuenta de cuánto tenemos en común a pesar de todo lo que nos diferencia. De magia que surgía sin buscarla, entre risas y silencios, entre árboles, caminos y flores, a orillas del río.

Así fue como Cristina me ayudó a dar forma a las fotografías de una segunda colección que pronto verá la luz, un año después, como continuación de la primera, con más ganas de luz y aire fresco que nunca...



3 comentarios:

  1. Estoy deseando ver esa nueva colección que tan, tan buena pinta tiene! Desde fuera ya hace tiempo que me parece que Cristina y tu tenéis un estilo muy parecido que sois dos piezas de puzzle que encajan perfectamente. Creo que por separado valéis mucho cada una, pero juntas ya debe ser la bomba! Un besazo

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    1. Muchísimas gracias, Anna! Lo cierto es que me siento realmente afortunada por haber encontrado a Cristina en este camino y que, sin saber bien cómo, se haya convertido en una compañera de aventuras! Qué poquito falta para que podáis verlo todo :)

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  2. Ets enorme, i no t'ho acabes de creure! Un
    Petó ben fort! Les teves ganes animen a la resta!

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